Quizá sea el tango, una de las formas más puras de intimidad física que el mundo ha conocido. La danza comienza como comienzan nuestras vidas: confiando y abrazando a un extraño. Bailado a pleno, exalta la conexión humana a un nivel primitivo de sensaciones corporales y de profundas emociones. Su rebelde y cálido abrazo rompió las barreras de distancia física entre hombre y mujer, como ningún baile anterior lo había hecho.
El rasgo más humano del baile: el
abrazar a un extraño (el otro que no nos conoce, y a quién no conocemos). La
psicología y la sociología nos informan que el desconocido genera miedos y es
rechazado. Todo lo contrario sucede en el mundo del tango dónde es, no solo
bienvenido sino altamente valorado. ¿Qué otra circunstancia, en la sociedad,
conduciría a que nos abracemos con quienes no compartimos nada y a la vez lo
compartimos todo. En esta perspectiva el tango se eleva a
fenómeno social.
Para estudiar la interioridad de esta danza, y de su
contracultura libre para abrazar a desconocidos, busqué su matriz. Encontré a
sus progenitores: masas inmigrantes populares multiétnicas, desarraigadas,
rebeldes y nostálgicas, quienes lo bailaron, no en prostíbulos como nos cuenta
la mitología, sino en casas de familias y clubes sociales hacia fines del siglo
XIX y en salas de teatro desde los albores del siglo XX. La fusión del caudal
genético-cultural nativo y del mundo (cuya enormidad reflejan los números: en
1924 había en Buenos Aires diarios registrados en 120 lenguas) que forjó
nuestra identidad porteña, también dio a luz a un abrazo incluyente: bailan
blancos con negros, pobres con adinerados, jóvenes con mayores, orientales con
occidentales, cristianos con musulmanes. Durante el diluvio inmigratorio que
comenzó concurrentemente con la consolidación del baile alrededor de 1880, no
existió la discriminación que ocurrió en Nueva York. Por lo tanto no es
sorprendente que el espíritu de la danza sea igualitario. Su fraternal abrazo
nunca se suscribió a lo “socialmente correcto.”
En Buenos Aires, los códigos han preservado las milongas
como templos para el baile. Para lograrlo dictan normativas: hombres y mujeres
se ubican en diferentes áreas del salón, la invitación se hace a la distancia,
los bailarines no revelan su identidad. Estos códigos no han “prendido” en el
exterior dónde la gente tiende a conocerse, lo cual redobla el deseo de bailar
con extraños. Se va en busca de ellos a otras ciudades, otros países, otros
continentes. Esta migración es un fenómeno antropológico: llamo a sus
integrantes: “gitanos del tango del siglo XXI”. Dice uno de ellos: «La primera
vez que uno se conecta con un extraño... es mágico. Por lo tanto es natural que
vayamos de un lado a otro buscando esas conexiones...»
Para entender el motor de estas búsquedas documenté sus
historias. Algunos habían reinventado sus vidas, abandonado carreras y trabajos
bien remunerados. Otros habían encontrado un compromiso entre el trabajo y el
baile. La remuneración perdida era más que compensada por experiencias de
satisfacción subjetivas. El siguiente viajero, habla de uno de esos tesoros:
«Me siento conectado con miles y miles de personas que han bailado la misma
música 50 años atrás, 30 años atrás, y con quienes la seguirán bailando cuando
yo ya no esté. Siento una conexión con el pasado, el presente y el futuro.»
El extraño facilita la experiencia o fantasía de liberación
en este juego, que es la danza improvisada. La redefinición del sentido de
identidad es el gran legado del tango al mundo actual: «Amo a este baile, quién
soy hoy ha sido definido en parte por mis experiencias de tango. Me descubrí a
mí misma a través de ellas.»
Estos viajeros también valoran el sentido de pertenencia,
afinidad, diversidad étnica y cultural que acontecen alrededor de la danza.
Hay muchas razones por las cuales este arte, que es mucho
más que un baile, continúa y continuará estremeciendo al mundo. En la Era de la
Información que nos “contacta” con un vacío virtual, el bailar sintiendo el
corazón latente del otro junto al nuestro, colma más que nunca.
Después de más de un siglo, con el barro de las orillas aun
dentro de su alma, el baile satisface necesidades profundas de los habitantes
del mundo entero: rescata nuestra interioridad, nos nivela con el otro y nos
permite gozar de una comunicación sin límites. Derrite diferencias y nos toca
en aquello que nos une: nuestra historia humana compartida. Nos habla a todos.
Nos incluye a todos. Considero esta la universalidad de un baile. De este baile
en brazos de extraños.
Crónica basada en la investigación realizada en Buenos Aires
y en Estados Unidos (2006-2011) por Beatriz Dujovne: “In Strangers’ Arms: The
Magic of the Tango.” McFarland Publishers, North Carolina, 2011.
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